Se acerca una fiesta o un evento, y con la crisis, también la eterna cuestión: ¿y por qué no compramos un vino barato? Pues porque no es de recibo presentarse en casa de alguien con un vinucho cualquiera, responderéis algunos. Y yo os respondo: por supuesto que no lo es, pero un vino barato no es necesariamente un sinónimo de vino malo.
No siempre el mejor vino es el más caro. Eso nos lo tenemos que grabar a fuego en la mente. El precio de la botella, aunque sí es orientativo en términos de calidad, responde básicamente al proceso de elaboración del vino: entre un vino joven, un crianza o un reserva no existen diferencias en cuanto a grados de calidad, sino básicamente diferencias en cuanto al proceso de elaboración. La cuestión es, ¿cómo distinguimos un buen vino de otro que no lo es? Aunque es muy subjetiva, la cata nos permitirá detectar el grado de calidad de un vino en base a unos parámetros, como el gusto, sus aromas o el color.
Si se trata de un vino blanco, en un vino de calidad notaremos los matices afrutados y cierta frescura en el paladar, además de una buena acidez. También destacan algunos, a modo de truco popular, que un buen vino nos aguará la boca al menos tres veces tras el primer sorbo. No hace falta que lo sigas a raja tabla, pero es una buena medida para medir la calidad de un vino.
Siempre se trata de algo subjetivo en última instancia. Os recomiendo visitar un blog que cada vez frecuento más: http://misvinospreferidos.com/
Gracias a él, estoy descubriendo muchos vinos que, por un precio económico, resultan vinos muy buenos, originales y con personalidad.